viernes, 5 de junio de 2015

Desahucio




Devorasteis la dulce fruta

como si la fruta fuese vuestra,

como si os la fueseis a comer vosotros.

Golpeasteis nuestras costillas con disposiciones judiciales.

Desplegasteis las porras resguardadas en las costuras del uniforme negro.

Pateasteis nuestra morada con las botas de montaraz.

Y no escuchasteis la concertina de la calle,

ni los gemidos del edificio

ni el clamor del asfalto.



¿No visteis el miedo?



Ocultasteis vuestras miradas con gafas oscuras.

Protegisteis vuestras narices del olor a tragedia.

Taponasteis vuestros oídos con aullidos del destino.



No. No visteis el miedo, porque vosotros erais el miedo.

Y hasta la casa se puso de vuestra parte:

El amparo del hogar se replegó a vuestras exigencias.

Los pomos se apoquinaron y las bombillas palidecieron de indiferencia.

Los muebles se volvieron de espaldas.

Los cuadros y las figuras se derritieron en la penumbra,

formando un fango viscoso en el suelo.

Quisimos abrir las ventanas y no hallamos los pestillos;

los cristales traslucían opacidad; los espejos se reflejaban a sí mismos.



Únicamente la puerta de la calle se mostró generosa:

abierta de par en par,

para impulsarnos a los cartones, al puente, a la garita del cajero, al contenedor,

al espanto y a la rabia.



María Jesús Artigas,



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